Aun con las dudas de si dedicarme a esto era lo mejor para mí o no, un lunes sin pensarlo prácticamente di con mis huesos en las oficinas de “El Norte”, para poner un anuncio en la sección de adultos para ver que pasaba.
Se me ocurrió ser la primera escort sincera y el texto del anuncio decía algo así como “estudiante llegando a la ciudad con problemas para pagar la colegiatura, me ayudas?”.
Sin ni siquiera estar segura de la decisión que había tomado me encontré respondiendo una cantidad de llamadas incluso absurda, con propuestas de todo tipo. Estaban las graciosas del tipo “vente a vivir conmigo y te pago la colegiatura y jamás necesitarás nada más”, las sentimentales del tipo “pero que te pasó bonita, como llegaste a esta ciudad tan peligrosa y te quedaste sin nada”, las groseras como “si me dejas calar que onda contigo, y me lo haces mejor que mi esposa igual y te ayudo”, y otro sin fin de gente que simplemente llamaba para pasar el rato o intentar pescar una jovencita ingenua de la que aprovecharse.
Pero habían algunas llamadas de gente que simplemente preguntaba qué ofrecías y en qué condiciones, y ahí conocí a mi primer cliente como escort…
El era un señor ya mayor, me llamó y platicamos un poco como amigos sobre mis necesidades, sobre mis servicios y el precio. Decir que todo lo hizo con suma educación y respeto, no se notaba ese tono morboso en la voz (hay veces que sinceramente te preguntas a ti misma… se estará masturbando mientras me hace esas preguntas?).
Quedamos de vernos en una conocida plaza comercial donde el pasaría por mí, y de ahí iríamos juntos en su carro a algún lugar. Yo lo esperaba bien nerviosa, me vestí sexy pero normal, no quería ser obvia en mi ropa.
Cuando llegó, me subí a su carro, un lujosísimo carro blanco, y se dirigió a uno de los hoteles más caros de la ciudad… yo pensé que iríamos a un motel! Resultó que era dueño de una de las empresas familiares más exitosas de la ciudad, obviamente sin problema alguno de dinero.
Tras registrarnos en el hotel, ya en la habitación, me senté en la cama sin absolutamente la más mínima idea de cómo comenzar. Pese a la posición social de la que disfrutaba y su edad, cercana a los setenta, se tomó el tiempo de sentarse a mi lado y platicar conmigo, preguntarme cuáles eran mis necesidades, en una conversación dulce y amigable.
Sin esperarlo, se acercó a mí y comenzó a besarme suavemente mientras comenzaba a deslizar sus manos por mi cuerpo. Pese a su edad, sus dedos conservaban aún la agilidad de un veinteañero y casi sin darme cuenta había desabrochado todos los botones que se encontraba en mis ropas para dejar mi piel al desnudo. Sin quitarse nada de ropa, me recostó sobre la cama y comenzó a recorrer todo mi cuerpo con sus manos, besando y acariciando cada centímetro de mi piel, haciendo hincapié en el interior de mis muslos (los hombres que no han probado a besar lentamente esa parte del cuerpo de la mujer, háganse a la idea que es como el botón turbo que traen algunos autos y que al presionarlo te da mucha más potencia).
Conmigo completamente prendida, lo voltee y despojándolo de su traje me arrodillé en el suelo junto a la cama y comencé a hacerle un buen oral que él no resistió mucho, lo cual, no lo niego, me dejó palpitando mi entrepierna como un niño al que la mamá le mostró los chocoroles pero luego los metió en el cajón hasta después de comer.
Cuando ya nos vestimos, me hizo una propuesta, “me gustaría ayudarte con tu colegiatura, nos vemos los lunes y jueves en la mañana, que es cuando mejor se me acomoda por mis obligaciones. Te doy 2000 a la semana, pero no quiero que ningún otro hombre te toque, quiero que seas solo mía”. Sonreí y me quedé muy pensativa, a lo que él se incorporó, se dirigió a la puerta y con un te llamo el jueves chiquita, se marchó dejándome sóla en la habitación del hotel.
Me sentí muy mal, yo tenía decidido trabajar como escort, pero me había mentalizado a que sería un intercambio comercial, el me daba dinero, yo le daba un rato de placer, y sin ataduras ni obligaciones, sin preguntas incómodas sobre esposas, sobre novios, cuando el tiempo se acabara cada quien para su casa sin el más mínimo gramo de obligación o culpa.
Pero aquella manera de tratarme, como algo que no tiene voluntad, del tipo ahora eres mía, te acomodas a mi horario, a lo que yo quiera, a lo que yo necesite… no me hizo sentir prostituta, me hizo sentir un objeto sin voz ni voto.
Agarré mi dinero, salí de aquel hotel, y aprendí una lección importantísima sobre las escorts: no se deben mezclar los sentimientos, pues una parte u otra al final los usará para aprovecharse .